Las llamas crepitaban cuando él frunció su hosco entrecejo y sus ojos ambarinos brillaron a la luz de la candela. Su suspicaz mirada aterrorizaba a los que estaban allí calentándose en el fuego.
A lo lejos se veía el baluarte, con almenas, cerca del vado por donde entraban los caballos salvajes cuando iban corriendo al desfiladero. El extranjero de hosca mirada sacó la espada y ante el asombro de todos escindió troncos en dos partes los troncos del fuego.
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